Se llamaba Sol.
Fue mi tutora desde tercero hasta sexto de primaria. Han pasado veinte años y todavía me acuerdo de ella.
Sus uñas pintadas siempre a la francesa, sus faldas largas y sobre todo, su cariño inmenso, ese que te envolvía como una madre.
Sol no sólo nos enseñaba matemáticas o lengua; nos cuidaba, nos escuchaba, nos hacía sentir especiales. Recuerdo hasta cuando le llevé el álbum de fotos de mi Comunión para que lo viera, como si fuera parte de mi familia.
Mi colegio estaba en un pueblo pequeño y era de línea 2 (2 clases por curso), lo que hacía aumentar esa sensación de pequeña familia. La gran mayoría de maestros tenían plaza desde hacía años y por tanto, nos conocíamos todos.
Hoy, mientras escribo estas líneas, soy yo la que está “al otro lado”. Después de un año “infinito” esperando en la lista de interinos, con la agridulce alegría de las oposiciones(sí, saqué buena nota, pero la vida siempre tiene sus propios planes), el destino ha querido que volviera al colegio donde estuve hace justo un año. Entrar por esa puerta fue como regresar a casa. Qué gusto volver a ver a los niños/as que el año pasado fueron “míos”. En cuanto me vieron, se llevaron una gran alegría y corrieron hacia mí con abrazos infinitos. Sus ojos brillaban, y yo me preguntaba: ¿en qué otra profesión te reciben así? ¿En qué otra profesión te recordarán, quizá, toda la vida? Pero también sentí un nudo en el estómago, porque sé que quizás nunca los vuelva a ver. La interinidad es así: un adiós siempre a la vuelta de la esquina.
La profesión de maestro/a es la única que crea a todas las demás: programadores, abogados, diseñadores, fontaneros, electricistas… la persona que les ha enseñado a leer, escribir, a soñar ha sido un maestro. Es una responsabilidad inmensa, pero también un privilegio. Sin embargo, este privilegio viene con un peso que, hoy en día se hace más difícil de llevar.
En Asturias, la educación pública está en lucha y, desde el pasado martes 27 de mayo, los docentes estamos en huelga indefinida. Cada día de paro supone un gran sacrificio económico (unos 100 euros) y emocional, pero es una lucha necesaria.
La chispa que encendió esta movilización fue la decisión de la Consejería de Educación, liderada por Lydia Espina, de eliminar la jornada reducida en junio y septiembre, una medida que, aunque revertida tras las primeras protestas, no logró apagar el descontento acumulado. Los sindicatos —ANPE, CSIF, CCOO, UGT y Suatea— han unido fuerzas, algo que no ocurría desde hace años, para exigir mejoras que van mucho más allá de esa hora lectiva. Hablamos de una equiparación salarial con otras comunidades autónomas, donde los docentes asturianos cobramos hasta 500 euros menos al mes que en regiones vecinas como Galicia. Hablamos de reducir la burocracia que nos ahoga, de aumentar los recursos para la atención a la diversidad, de bajar las ratios en las aulas para poder atender a cada niño como merece. Hablamos, en definitiva, de dignificar una profesión que sostiene el futuro de nuestra sociedad.
El seguimiento de la huelga ha sido histórico: un 96% en infantil y primaria según los sindicatos. Pero esta huelga no es solo por nosotros, los docentes sino por los niños y niñas que, como aquellos que corrieron a abrazarme, merecen una educación que no esté marcada por la escasez. Es por las familias que confían en nosotros para formar a sus hijos. Es por el futuro de Asturias.
La Consejería ha ofrecido propuestas que los sindicatos han calificado de “ridículas” y “anecdóticas”, como un incremento salarial de 58 euros mensuales o la adición de 78 plazas para atención a la diversidad, lo que supone apenas 0,25 docentes más por centro. No es suficiente. Como dijo un compañero, “si no traen una propuesta económica seria, llegaremos hasta donde haya que llegar”.
Mientras escribo, pienso en Sol, en su calidez, en cómo hacía que cada día en el aula fuera especial. Quiero que mis alumnos y alumnas tengan esa misma sensación de hogar, de seguridad, de ilusión por aprender. Pero para eso necesitamos que se nos escuche, que se nos valore, que se invierta en la educación pública. Porque, al final, ser maestro o maestra es mucho más que un trabajo: es dejar una huella imborrable, es construir el mundo desde las aulas.
Y por eso, seguiremos luchando.
¡Hola Rocío!
Soy docente en Andalucía. De verdad que no entiendo cómo desde aquí no nos unimos para apoyaros y exigir condiciones laborales dignas para todos.
Lo que pedís no son minimos, son condiciones laborales que deberían estar garantizadas de facto.
Me hizo mucha gracia que una de las propuestas fuese eso de que las tareas administrativas la gestión ase el personal de administracion. ¡Manda narices!
Aunque conociendo cómo funcionan estos psicópatas de las instituciones ya se encargarán de no cubrir estos puestos. En mi centro de más de 1000 alumnos el ED lleva todo el curso sin administrativo.
La ciudadanía no sabe en qué condiciones trabajamos. Lo que me sorprende es que no estén ardiendo las calles. ¡Un abrazo gigante!